Después del viaje para ver a Quirón, fue cuando verdaderamente comenzó la Odisea. Digo Odisea precisamente porque volver a casa fue difícil, casi una aventura después de la guerra.
Esta mañana recordaba que los extraños son los mejores cuando se trata de buscar a alguien para contarle tus secretos. Los extraños no juzgan, los extraños no te conocen, las opiniones no afectan a los extraños...son imparciales, son extraños.
-"Hubo un derrumbe en la vía, la única forma de llegar a Bogotá es irse por una carretera vieja" me dijo un policía después de media hora de esperar los jeeps en el parque del pueblo. "Tiene que esperar hasta mañana o irse en carro pequeño porque no están dejando pasar flotas ni buses intermunicipales"
En el momento me asusté pero no fue sino hasta que fueron las doce y la batería del celular empezó a colapsar que realmente dimensioné el problema.
Recuerdo que sólo tenía como 25.000 pesos y eso era más o menos lo que costaba el pasaje de venida, ya eran las doce, había salido a las 8 y aún no había comido nada de almuerzo.
Por fin el policía me dijo que preguntara si en la caseta del frente podrían venderme un pasaje. Dijeron que no. Al menos conecté el celular y descansé un poco a la sombra.
-"Mierda, todo esto para nada"
Estuve más o menos hasta las 2 sentada ahí esperando un milagro, que lloviera plata o que cayera arroz del cielo...pero nada ocurrió. Me acuerdo, eso si, de que los taxistas del pueblo ya estaban en el parque haciendo su Agosto con carreras de 20 mil hasta el pueblo más cercano. De nuevo, yo sólo tenía 25 mil para llegar hasta mi casa, contando el bus hasta la entrada.
Finalmente un policía paró una flota. Recuerdo tanto que me dijeron que me llevaban en 12 mil hasta otro pueblo y que de ahí a Bogotá eran como otros 12. Me subí.
Moría de sed. Habían niños pequeños, música de bus...calor insoportable.
A eso de las cuatro de la tarde había un trancón monumental por la podrida vía. Increíble. Cinco de la tarde: la carretera destapada se acabó y comenzó la peor parte del trayecto: un río.
Pues si. Sólo hasta las siete de la noche pudimos pasar el río subidos en un planchón que hacía recorridos de una orilla a otra para pasar los carros y los buses. Por supuesto, ya habíamos cantado con los niños del bus, contado chistes y sabíamos la mitad de la vida de cada uno de los humanos que allí se encontraban.
Una vez pasamos al otro lado, la alegría fue inmensa y el conductor comenzó a correr. Todos estábamos emocionados pero yo tenía aún una duda: eran casi las ocho y no sabía si podría conseguir transporte en Honda. Tampoco sabía si efectivamente iba a costarme 12 mil algún pasaje de Honda a Bogotá.
De repente el bus paró.
La gente, que ya estaba durmiendo a causa del cansancio del viaje, se conmocionó.
Después de unos minutos, oí la voz del conductor que decía "esto se va a demorar por lo menos unas dos horas porque nos metimos en una zanja. Por favor me colaboran y se bajan para ver si podemos sacar el bus"
Efectivamente, al intentar arrancar el bus, nuestra terrible sospecha tomó forma: la cosa se iba a demorar.
Un Jeep se parqueó al lado de la carretera. El que conducía sugirió que se subiera una señora con un niño de brazos y un par de personas más. "Yo voy para Bogotá, si quieren los llevo"
Al oír "Bogotá" se me escapó un "Señor" entrecortado y le pregunté si podía llevarme. Aceptó. Ahora sólo me quedaba rezar para que las demás personas no se bajaran nunca de ese Jeep y que el conductor no fuera a ser un psicópata o un asesino en serie.
Pues si. La gente se bajó como en Honda y el tipo me sugirió que me pasara al frente. Me escurrí mentalmente. Dios Dios Dios...jueputa celular...jueputa viaje...¡jueputa!
Me dio por mirarlo. En mi mente tenía que saber cómo lucía para poder dar el retrato hablado de mi homicida y, por supuesto, jalarle las patas después de que me matara.
Nada.
El muchacho tenía unos 25, 26 años. Empezó a contarme su carreta...y empezó con una frase que me tranquilizó: "Uno siempre debe hacerle caso a los papás. Menos mal. Mi papá si me dijo 'Mijo no se lleve el carro, llévese el Jeepcito que ese lo saca de apuros' y vea: dicho y hecho"
El mancito resultó ser un abogado uniandino cuyos padres tenían finca cerca a Doradal y que, por cierto, tenía que regresar al otro día. Cuando hubo señal, me prestó el celular, incluso habló con mi mamá, le dijo que yo estaba bien, que no se preocupara, que el era un muchacho de bien y que incluso le daba pereza irse solo.
Cuando llegamos a la Vega, se percató de que yo no había comido nada y buscó un sitio para comer. Me invitó. La verdad es que sólo pedí un paquete de papas primero, porque me daba pena y segundo, porque realmente se me había quitado el hambre de la angustia tan terrible. Nos sentamos, hablamos y vimos pedazos de Sin City en el almorzadero.
De repente, a esa hora, en ese lugar y de la manera más extraña me dijo "¡no puede ser! disimuladamente mira la mesa del fondo"
Pues si. Era la ex-novia y el papá.
-"¿Será que la saludo?"
-"yo no sé...¿te nace?" - le dije.
Al rato se fue la muchacha, terminamos de comer y seguimos nuestro camino.
Ya en carretera me agradeció haberlo oído pues no hubiera sido capaz de enfrentar aquel encuentro solo. Aquella era la mujer con la que imaginaba su futuro, con la que construyó todos sus sueños, aquella que hacía años no veía.
Bien fuera por destino o por azar, ambos nos encontramos en el medio de un camino, para ayudar al otro en determinada situación. Quizás ya he olvidado su nombre y él el mio, pero debo decir que ese es el concepto que tengo de un amigo...es eso lo que busco...son esos los ángeles que nos rodean: casi siempre, de carne y hueso.
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