martes, 14 de abril de 2009

Festival de Limón vs. Festival de Chocolate

Hay placeres de placeres.
Hay placeres comunes, hay placeres exclusivos, hay placeres macabros y hay placeres inocentes.
Hay quienes dicen que el sufrimiento de otros genera placer...hay otros, un poco más sensatos que defienden la idea de que el amor hacia otros genera placer. Ambos tienen razón y ambos están equivocados. Todo depende del territorio que se esté pisando.

Para obtener placer me bastan pocas cosas. Disfruto de las formas, los colores, los libros, las palabras, las miradas, el apretar los labios...¡el mordeme los labios! quizás a causa del trajín de la semana... el pasarme los dedos por las pestañas...cualquier cosa es placer...un dedo en la espalda, una mano en la cintura, una sonrisa a tiempo, una melodía memorable... Pocas cosas, simples casi siempre, pero únicas dado que el tiempo se va pero no vuelve.

Debo decir también que los olores para mi placer son fundamentales. Como el asesino de "El perfume", atesoro fragancias en mi mente y las convierto en recuerdos que se asocian con personas y momentos. Es el caso del olor a galletas festival de limón...una historia que tenía represada desde hace tiempo atrás y que no salía a la luz porque tenía que ser perfecta primero en mi memoria.

Si.

Ahí estaba él.
Debo aclarar que no era él quien olía a galletas festival de limón.
¡Es más! Ni siquiera recuerdo su olor. Podría haber estado impregnado de olor a azufre y haber permitido que toda mi lava saliera, pero en realidad, no sé.

Ummm...festival de limón...qué delicia.

Me gusta pronunciar la palabra delicia, casi tanto como me gusta pronunciar la palabra despacio...

Pero como venía diciendo. Él no olía a galletas festival de limón.
No era el caso de Michel* que, a pesar de hacer esfuerzos descomunales por oler como la gente del común, olía a perfume de diseñador...y eso que era un aroma que se consigue en las ventas por catálogo.

Cierto es que el olor de cada uno es distinto, y que el perfume cambia de un individuo a otro...y también me recuerdo husmeando entre los catálogos de mis amigas para ver si recordaba como olía Michel en su época. Dulce...olía a madera dulce...olía a un hombre que se atrevía a casi cualquier cosa, pero que era gentil en su trato y en su forma de amar.

Pero, repito, este no es el caso de aquel hombre del que les hablo. Pues al pensar en él, inevitablemente se disparaban sensaciones de diversa índole y, curiosamente, estuviera donde estuviera, de mi boca salían estas palabras: "huele como a galletas de limón".

Ah...maravilloso.

Más recientemente, se aparece otro hombre. Este tiene una esencia igual o casi similar. La diferencia es que lo conozco muy bien...y como lo conozco tan bien, sé perfectamente de lo que es capaz.

Él huele a chocolate.
Mejor dicho.
Él no.

Pero sí su recuerdo.

(...)
Un día descubro que las galletas de limón ya no son suficientes...que no me dan la talla...que son solo galletas...y empiezo a ver a las galletas de chocolate... y viene Michel y camina en mi cabeza, como todos los días a eso de las 5:30 de la mañana, cuando no sé la hora en que viva Michel...

Hasta que un día no puedo soportar más esta farsa y decido que soy yo la que decido cual paquete comprar...un día quiero borrar los pasos de todos ellos como el mar borra las huellas de la arena: sin dolor y sin recuerdo.

Entonces me decido, y un día culaquiera -que bien pudo ser hoy- al salir del trabajo, compro unas galletas festival de mora...porque además no venden galletas de lavanda que es a lo que huele mi yo perfecto, y porque en verdad soy yo y nadie más que yo a la que debo amar con devoción y empeño...y mejor que festival.

Porque, contrario a lo que yo misma pensé,

soy yo la que escoje qué comprar...mas nunca las galletas...


*Nombre cambiado por respeto a su recuerdo.

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