domingo, 1 de junio de 2014

El ocaso de la novela



«De alguna manera imagino que se abre la pasarela con luces y cada uno de estos seres se pasea y se presenta: cada uno con el traje, con el cuerpo que le tocó, usa el turno de la vida y cuenta su historia».

Tengo una discusión interna conmigo misma casi desde que tengo 20 años. En realidad la tengo desde que tenía 16, pero cada vez se hace más evidente. Al punto que no pude evitar escribir sobre ella mientras las tibias aguas del Atlántico me transportaban a Bahamas hace pocos días. 

¿Es necesario tener un gran final en la novela? ¿Es necesario que ese final exista antes de escribirla? Y, de ser así, ¿cómo llega ese final? 


¿Ese final ya existe cuando uno la empieza o, por el contrario, nos toma por sorpresa y nos apuñala por la espalda? ¿Tendría acaso sentido que uno ya supiera cómo va a acabar la historia o será más interesante no saber y dejarse sorprender por el destino? Destino. Maldita sea. <Enlace mental a mi caja de recuerdos propios sentada en una banca del museo de bellas artes de Montreal viendo este corto> ¿Será que podrá ser un acto irresponsable empezar una novela sin tener el final, como si se tratara de un arquitecto que no ha terminado el plano pero quiere comenzar a construir la casa? ¿No será que tengo una excusa perfecta en la cual refugiarme y no empezar?

Abro comillas y cito a la distancia: «¿Qué tipo de literatura necesita un pueblo que requiere una revolución urgente?». Cierro comillas del momento pasado y me pregunto en el actual: ¿Qué tipo de lectores necesita un pueblo que está condenado al fracaso? ¿Queda alguna esperanza en la literatura para que la gente despierte y cambie esa visión cerrada del mundo en la que todo es odio, miedo y catástrofe? ¿Qué puedo escribir yo que realmente haga la diferencia? ¿En serio se puede hacer la diferencia? ¿Es utópico pensar que podamos vivir en un lugar mejor en donde la gente aún lea?

Bueno, no.

No sé si soy demasiado optimista frente a la idea de una juventud lectora que pueda salvar al mundo de esta constante inopia mental... pero cuando veo que aún hay librerías, aún hay niños que se leen libros de considerable tamaño sin que nadie los esté obligando... cuando veo que hay gente dispuesta a leerse cualquier cosa porque sí, entonces me entra el desespero por conocer el final de la historia de este país. ¿Terminaremos bien? ¿Tendremos repentinamente un héroe que nos saque de esta ceguera blanca autoimpuesta? <enlace mental a esta peli basada en un libro> ¿O será que en el país de los ciegos el tuerto es rey? <Maldito Syntek y sus malditos videos geniales> Estúpido y sensual estado de negación en el que vivimos.

Es en serio. No hay nada más sensual que la negación... porque no hay idea que coquetee más con uno que aquella que es inverosímil. Por eso la locura no es suficiente. Se necesita la cordura para que uno pueda valorar la locura... Último enlace mental. Las cursivas son mías.

Elogio de la cordura (De un taller de guion de Gabriel García Márquez - Cómo se cuenta un cuento)

Gabo: ¿Quién fue el que llamó a la imaginación 'la loca de la casa'? Quienquiera que haya sido, sabía muy bien lo que estaba diciendo (...) La historia que va a filmar Socorro (una de las participantes del taller) podría remontarse a los orígenes de un pueblito colombiano típicamente colonial -algo así como Trinidad, aquí en Cuba (vida hp)-, con calles que corren paralelas al río. Es un lugar lleno de locos. Allí toda familia que se respete tiene su loquito y lo amarra a un árbol del patio, sobre todo cuando hay visitas. La imaginación trabaja sobre esos datos y a menudo se queda corta, como es natural. Porque la inventiva de la realidad no tiene límites. En cambio, las situaciones dramáticas se agotan rápidamente; no hay 36, sino tres grandes situaciones dramáticas: la Vida, el Amor y la Muerte. Todas las demás caben ahí.

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